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domingo, 28 de septiembre de 2014

Pasando en limpio

Hace cuestión de un año y medio, mi vida quedó patas para arriba. De golpe, todas las estructuras que había venido construyendo durante años, perdieron estabilidad, muchas de ellas se desmoronaron, otras sufrieron graves fracturas, algunas permanecieron en pie pero no sin sufrir los embates de aquel cataclismo, los controles remotos (poseía unos cuantos) dejaron de funcionar, hubo que empezar de nuevo, más que de cero, como de menos cincuenta...

Tuve algunos minutos, para tratar de reaccionar frente a lo que me estaba pasando, porque fueron eso, minutos. Esos minutos que me di entre que salí de la consulta llorando con una angustia que ahogaba y decidí cómo me iba a enfrentar a esa situación, esos minutos eternos, esos minutos tan valiosos, que me dieron el tiempo necesario para aceptar que iba a hacerle frente como he hecho con todo en la vida: poniendo la cara, el pecho, el corazón y toda mi energía para salir de esa situación.

Como muchos de ustedes se imaginarán, todo el tiempo transcurrido no fue fácil, no era tarea sencilla mantener el espíritu en alto, la energía bien enfocada, cuidar del cuerpo mientras era bombardeado de mil y una formas por dentro y por fuera, pero cada vez que empezaba a ir cuesta abajo, algo que está muy dentro mío me gritaba que no aflojara, que no me rindiera, que se podía un esfuercito más, que había que sacar fuerzas de los lugares más inimaginables, que había que echar mano a los recursos más impensados...

Uno de los recursos que apareció una madrugada donde todo estaba MUY NEGRO, donde los pensamientos que venían a mi mente no eran para nada alentadores, ni positivos, ni auguriosos, fue el recurso de soñar.  Me pregunté a mi misma (para no pensar en esas cosas tan horribles que me acechaban), qué le pediría al genio de la lámpara si apareciera delante mío, y casi de inmediato contesté, que si ya estuviera sana (obviamente ese iba a ser mi primer deseo) el deseo siguiente sería visitar un lugar al que toda la vida quise ir: instantáneamente vinieron a mi cabeza dos lugares con los que siempre soñé: Egipto y Machu Picchu.

Fue allí, y casi como un juego para espantar fantasmas que no quería que me rondaran, que me dije: voy a soñar en grande, voy a ponerme una meta, voy a sanarme y ni bien los doctores me habiliten, voy a ir a cumplir un sueño: el destino elegido Machu Picchu, la persona que me iba a acompañar, mi viejo. Ese hombre que me enseñó (junto con mi mamá), que uno tiene que pelear por lo que quiere, que tiene que trabajar para ello, que las condiciones que nos presenta la vida no son excusas para no progresar, para no jugársela por lo que uno quiere, ese hombre que se bancó durante año y pico sillones de quimio, salas de espera de radio, diagnósticos médicos sin anestesia, resultados de los más diversos, ese hombre que había hecho de tripas corazón, iba a ser el elegido para acompañarme a cumplir un nuevo sueño.

Por qué les cuento todo esto? Por la misma razón por la que comencé a escribir este blog hace un año atrás: para contármelo a mi misma, para dejar por escrito, constancia de que se puede, de que muchas veces no es fácil, pero nada se pierde con intentarlo y todo se pierde si uno no lo intenta. Sea en el ámbito de la vida que sea, el primer paso es querer y el segundo trabajar para ello: para sanarse, para cumplir un deseo, para llegar a la meta, para ser feliz y si tal vez no llegáramos al final deseado, seguro habremos disfrutado del viaje.

Hoy después de haber realizado uno de mis sueños, de haber subido y bajado miles de escalones de piedra, de haber tocado y sentido la energía de lugares que están ahí vaya a saber uno desde cuando, de haber cambiado el miedo a que me pudiera pasar algo por la adrenalina que genera el hecho de que nos pasen cosas, estoy convencida no solo de que hay que soñar y salir en busca de lo que queremos, sino que además una de las mejores sorpresas que puede darnos la vida es sacudirnos las estanterías y obligarnos a abrir la cabeza y el corazón para recibir cosas nuevas.

Vivir es crecer, modificarse, reinventarse, ser otro y ser el mismo.

Abrazo y agradezco a la vida, con fuerza, con energía, con Fe.

Sigo estando dispuesta a recibir lo que se venga con los brazos abiertos.

Ojalá haya logrado sembrar, aunque sea en una de las personas que me lee, que vale la pena intentarlo una y otra vez y que decidirse a poner todo para lograr lo que más ansiamos, tal vez sea la mejor decisión que tomemos en nuestra vida.



Vivi



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