Siempre me gustó llamar a las cosas por su nombre, ahora compruebo una vez más el beneficio que esto tiene.
Hace poco tiempo, diagnosticaron con cáncer a una de mis amigas, si, con Cáncer, la palabra maldita.
Por suerte, es una palabra a la que a pesar de haberle tenido miedo en algún momento (como todo el mundo), aprendí a nombrar con todas sus letras.
Aprendí a pronunciarla, y en cada pronunciación a quitarle un poco de peso, a sumarle un poco de optimismo y restarle un poco de muerte. Aprendí a vivir con esta palabra que me acompaña desde hace meses, y a integrarla cada vez más naturalmente en mis conversaciones, en mis tratamientos, en mis cuidados, porque es así, tengo cáncer y no es otra cosa que eso: cáncer, también me estoy curando de cáncer y es algo que me digo muy frecuentemente, porque el cáncer no solo mata, el cáncer también da oportunidad de vida, de llevar una vida diferente, de despertar de algunas cosas que podían mantenernos dormidos, el cáncer no solo trae cosas malas, también trae buenas...
Hoy me siento inmensamente agradecida de haber hecho con esto, lo mismo que trato de hacer con todo: llamarlo por su nombre, Cáncer. Creo que esta actitud ha influido muy positivamente en mi, pero además ha influido positivamente en otra gente: el otro día visitando a esta amiga, eramos cinco personas hablando del Cáncer de manera natural, entre ellas una niña.
Me aplaudo, y no es vanidad, de haber elegido transitar este camino con la verdad, tomando las cosas como son, tratando de derribar mitos y de contagiar optimismo, porque del cáncer también hay gente que se salva, que sobrevive.
Estoy feliz de ver que al menos aporté un granito de arena, para que una de mis amigas que hoy tiene que transitar por este camino, pueda decir con más naturalidad y sin pensar que es una sentencia de muerte: tengo cáncer.
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