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martes, 15 de julio de 2014

De la belleza física y de como nos afecta cuando ésta se ve modificada...

Como cada uno de los post que he puesto en mi blog,  son apreciaciones personales, cosas que he sentido, vivido, o cosas que pienso, esto no quiere ser cátedra de nada, ni la "única palabra" con respecto a nada.

Ya desde antes de que me diagnosticaran, mi físico había comenzado a cambiar...

Siempre tuve la "bendición" o la "suerte" por llamarlo de alguna forma, de ser delgada, de comer cualquier cosa sin que afectara demasiado mi figura, de poder "mantenerme" en cierta forma sin tener que hacer millones de ejercicios físicos ni dietas, de volver a mi cuerpo de siempre casi sin problema aunque había tenido dos embarazos en los que engordé como Willy (si, la ballena de la película). Me compraba ropa casi sin probarme los talles, porque por lo general era talle S, a lo sumo, M, pero no mucho más, osea nunca me tocó en carne propia eso de sufrir por el aumento de peso.

Hace algunos años, tomé la inteligentísima y sana decisión de dejar de fumar, y con ella además de llegar una mejoría en mi salud, también comenzaron a llegar algunos kilillos de más...

Casi al rato de haber dejado de fumar, se me vinieron los "40", esos tan temidos por muchas, y ahí pareció que todo comenzaba a cumplirse como en aquella profecía que me contaban mis amigas mayores que ya los habían pasado: fah, esperá los 40, ahí tomás medio vaso de agua sin gas y engordás como si hubieras comido catorce chivitos!!!

Ya no era un talle S, había pasado a ser un M y hasta algunas veces un G... Mi cuerpo hacía el proceso, pero sobre todo mi cabeza comenzaba a hacer ese proceso un tanto "doloroso" para mi, que era perder aquel cuerpo con el que tan bien me sentía, para ir adquiriendo otro, que distaba bastante de aquel y que seguramente había venido para quedarse.

En esas estaba, cuidándome un poco en la comida, tratando de hacer un poco más de ejercicio, de fortalecer mucho más mi autoestima, sobre todo, de poder desprenderla un poco del concepto de la belleza del envase, cuando pareció llegar la estocada final: me diagnosticaron que tenía cáncer. Siempre supe y valoré la belleza interior, esa que nos engancha cuando conocemos a otras personas, la que resiste el paso de los años, de las noches sin dormir, de las enfermedades, la que queda cuando la cáscara deja de ser lo que era, pero si dijera que no me importaba mi apariencia física estaría mintiendo.

Cuando supe lo que tenía y pude imaginar mínimamente a lo que me iba a tener que enfrentar, antepuse mis ganas de vivir, mi fuerza de voluntad, y elevé mi autoestima tanto como pude, para sobrellevarlo de la mejor manera posible.

Era sabido que iban a venir kilos de más, o tal vez se iban a perder muchos kilos, que me iba a enfrentar a la posible pérdida del pelo, ese pelo que tanto cuidaba, que arreglaba con brushing, con planchita, que podía trenzar cuando estaba aburrida o nerviosa. Sabía que llegarían las ojeras, que el color de mi piel posiblemente cambiaría y ni había pensado en las cicatrices que podían quedar en mi cuerpo...

Le puse la mejor sonrisa que pude, a la salida del sanatorio me premiaron dejándome una bolsa de nefrostomía que viviría conmigo los próximos ocho meses: me sentí como que tenía 105 años... Igual le puse la mejor sonrisa que pude.

Entré a una peluquería cualquiera, con mi amiga de toda la vida, y agarrando al toro por los cuernos, le dije a la peluquera: voy a entrar en quimioterapia y radioterapia y seguramente voy a perder el pelo, cortalo lo más cortito que puedas, y ahí vi mis mechones de pelo caer al piso, salí de esa peluquería siendo otra, no solo porque salía con el pelo corto, sino porque además había salido de allí siendo un poco menos vanidosa: valorando mi vida sobre cualquier otra cosa.

Y viví muchos meses de pelo corto, mi pelo nunca se cayó, pero me lo cortaba constantemente porque ya era una "cábala". Aprendí a que si me maquillaba (cosa que habitualmente hago poco), mis ojeras se disimulaban mucho y yo me veía y me sentía mucho mejor.

Dejé de afligirme por no poder ponerme esto o aquello y traté de sacar partido de lo que sí podía usar. La nefro me condicionaba mucho, sin embargo yo no le daba bolilla.

Tuve cruces en todo mi abdomen durante la radioterapia, al punto que una de mis hijas me dijo un día que parecía "el mapa del tesoro" un piropo casi comparable con "mami, tu panza parece un inflable"... La cicatriz de la nefro que un día dejé de usar, está en mi espalda como un recordatorio de lo que tuve que pasar para salvar mi riñón...  Las cicatrices que tengo en mi abdomen, me recuerdan a diario, lo que pasé y lo fuerte que fui al pasarlo...

Mi cuerpo hoy ya no es el de los 20, ni el de los 30...

Mi cuerpo hoy, es el de una guerrera que trata de cuidar su templo, ese que tan bien se comportó bancándose tantos tratamientos y respondiendo favorablemente a los cambios...

Hoy celebro cuando mis articulaciones me permiten hacer tal o cual movimiento, o cuando mi columna me permite caminar varias cuadras sin quejarse...

Hoy no soy un talle S, ni un M... Hoy no tengo el pelo largo, pero me siento tan bella como cuando reunía esas características, porque me amo desde otro lugar.

Vivi

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