Quería escribir algo sobre lo que viví este fin de semana.
Como pasa algunas veces, fue un finde muy "social", muchos lugares donde asistir, muchas ganas de compartir esos momentos, dejando de lado el cansancio y algún que otro dolorcito, y aprontándome a vivir emociones intensas que sabía me llenarían los ojos de lágrimas.
Creo que culturalmente, las madres sabemos, que cuando lleguen los quince años de nuestras hijas, vamos a vivir un momento especial. Sí, lo sé, es una imposición cultural, pero lo siento así y sé que muchas de mis amigas también. Será por eso, que cada vez que veo entrar una quinceañera en su fiesta, y miro a sus padres recibiéndola, o veo que alguno de ellos ya no está, o veo a una madre guerrera, orgullosa y parada estoica con una sonrisa que era capaz de iluminar todo el salón por si sola, una mujer que fue capaz de sortear las adversidades que le ha puesto la vida y que siguió adelante con sus cicatrices como trofeo de guerra, inevitablemente pienso en cuando me toque vivir ese momento y las lágrimas se escapan solas, sin pedir permiso y sin tener en cuenta si alguien está mirando, eso lo viví el viernes.
El sábado, ocurriría una vez más, lo que yo llamo una "Reunión de Brujas". Desde épocas inmemoriales (con seguridad), cuando las mujeres se juntan, pasan cosas mágicas y el aire del lugar se llena de una energía super especial. Porque si es cierto que una mujer lo puede casi todo (por dejar un margen), cuando se junta con otras ese poder se multiplica y pueden pasar hasta cosas milagrosas. Esas reuniones, que pueden ser de amigas, de compañeras, de hermanas o de perfectas desconocidas, terminan convirtiéndose en un encuentro: eso fue lo que pasó el sábado.
Cientos de mujeres, unidas por una causa, poniendo la voluntad y las ganas por encima de cualquier obstáculo que se presentara, dándose unas a otras, abrazos, sonrisas, ánimo, caricias y besos que salían del fondo del alma. Conteniéndose, madres, hermanas, amigas, una comunión que surge casi espontáneamente y para la que no es necesario otra cosa que sentirse parte.
Las lágrimas también inundaban las mejillas: pero no era tristeza, era emoción, era reconocimiento a la lucha, de las que siguen luchando, de las que dejaron todo en la lucha.
Una vez más una lección de vida, esta vez teñida de rosado.
Las lágrimas siguieron apareciendo, esta vez con la noticia de que otra guerrera, estaba saliendo de una situación límite. Con uñas y dientes se había aferrado a la vida, su clan, la había llenado de energía, de rezos, de oraciones, de amor, y eso llegó, y eso hace que uno vuelva a creer, una vez más, en que los milagros existen.
El final del finde, fue con la celebración de la vida de un niño que también le ganó la pulseada a la adversidad. Esos ojitos llenos de ternura, esa sonrisa que hace que todo el resto de las cosas pasen a segundo plano, llenaban de luz la casa familiar repleta de amigos que celebrábamos la vida, la unión, la amistad y el amor una vez más. Mis lágrimas no faltaron a la cita...
Dos cosas puedo concluir de este finde tan deshidratado: cada día estoy más sensible y llorona, y la otra y seguramente la más importante: ojalá no esperemos que nos toque una situación límite para valorar la vida.
Vivi ♥
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