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sábado, 1 de noviembre de 2014

Ser mamá y no morir en el intento

No todas las mujeres soñamos con ser mamá, no para todas es una prioridad o algo a lo que queremos llegar en un punto de nuestras vidas, pero muchas sabemos desde pequeñitas que un día cumpliremos ese sueño.

Hay mucha idealización (a mi entender) de lo que es convertirse en mamá. Las revistas te muestran cosas bonitas, las personas escuchan la frase "voy a ser mamá" e inmediatamente largan un awwwww parecido a un aullido lleno de ternura, como si ser mamá te convirtiera automáticamente en otro ser, en uno diferente al que fuiste hasta ese momento de tu vida.

Y hay algo que es verdad, desde el momento en que nos convertimos en mamás, nuestra vida cambia y para siempre. Uno deja de ser el centro de su universo, para pasar a ser el satélite de la vida de sus hijos, y no digo esto de forma despectiva o con un dejo de tristeza, sino con la certeza de que uno pasa a un segundo plano. El corazón te lo roban tus hijos y  eso es para siempre, incluso cuando son grandes y ya se fueron de casa a armar sus propias vidas.

A todas las mamás que conozco (o tal vez a la mayoría, para dejar un margen por las dudas), o al menos a todas las que se animan a decirlo, también las asaltan las incertidumbres, los miedos, las dudas, las confusiones: estaré haciendo esto bien? tiene que dormir solo o tiene que dormir conmigo? lo pongo en penitencia, o es muy chiquito para entender? le enseño hábitos desde pequeñito o ahora no vale la pena porque no entiende?... Creo que todas en algún momento del desarrollo de nuestra maternidad hemos sido atormentadas por estas preguntas, por más seguras de nosotras mismas que seamos, todo este mundo es nuevo.

Para los cientos de preguntas que aparecen, también y como es de esperar, llegan cientos de respuestas, de mamás más "experimentadas", de mamás de otras épocas, de otros "estilos" de mamás, de los diferentes pediatras con sus diferentes libritos, de las que nunca han sido mamás y por supuesto, de la platea masculina también.

No es sencillo atravesar este campo minado de sugerencias, de novedades, de exámenes que empezamos a rendir a diario, y no sentir en el intento, que hubiera sido más fácil ser de esas mujeres que deciden desde el vamos: yo no voy a tener hijos.

En el mismísimo microsegundo, pensás: y si hubiese decidido eso, cuánto me hubiera perdido? Me hubiese perdido la posibilidad de conocer el amor más puro, más grande y más incondicional que un ser humano puede experimentar, y nunca hubiese sido suficiente con que otro te lo contara.

Así, las mamás, comenzamos a andar, y cuando te parece que la cambiada de pañales, el dar la teta, la mamadera, el provechito no van a terminar nunca, entraron al jardín y están haciéndote una coreografía (con la motricidad que les corresponde a su edad) en la fiesta de fin de año!!! Sentís que el corazón se te parte en dos mil pedazos. Pero hay más!

Todavía no terminaste de aprender de memoria (no por falta de interés, sino porque las horas del día tendrían que multiplicarse por tres para que te diera el tiempo para todo) el día que viene el cuaderno viajero, el día que tienen piscina, y el día que hay merienda compartida, cuando de golpe, ya entraron y salieron de la escuela primaria...

Un día, vienen te cuentan que están practicando el Pericón, y te cae la ficha de que están en sexto año, de que en un suspiro más van a ser liceales, que cuando quieras ver, ya no vas a tener que preguntar mil veces al día: te lavaste los dientes? hicieste los deberes? te llevás un abrigo?

Si te toca la bolilla marcada (y ojalá que no), de un día para otro, llega una enfermedad devastadora y vos, antes que pensar en vos, pensás Gracias a Dios que fue a mí y no a ellas!!! y te preocupás y te morís de dolor y de culpa, al pensar que van a tener que enfrentarse a esto siendo tan chicas... Y ahí ves, tu trabajo de hormiga de tantos años: son maduras, solidarias, te apoyan y se apoyan entre sí, cada una a su manera, tira del carro siempre hacia adelante, y tenés la certeza de que juntas van a salir de eso. Y se sale, y te desborda el orgullo. Y la vida sigue...

De repente, ves que sus hábitos cambian, que están en la luna, y no es la adolescencia, ni la pre adolescencia, ni que tengan algún malestar físico: es que se enamoraron. Y vos, que ya fuiste y viniste, fuiste y viniste, fuiste y viniste (al decir de una de ellas: mamá, nunca entiendo que querés decir con esa frase), querrías evitarle todos los dolores del mundo, y sobre todo, los del corazón; pero sabés que no podés. Cada uno tiene que hacer su camino, y esto te demuestra cuán grandes están...

Y te emocionás, una y mil veces. Y en unos pocos minutos te quedás con la mirada perdida y como si fuera una película en cámara rápida, ves pasar las fotos de cuando les hiciste su primera torta, cuando les enseñaste a caminar, cuando festejaste que aprendieran a hacer pis, el día que llamaste a toda la familia para contarles que se había caído su primer diente, el primer golpe serio que hace que casi te de un infarto, pero claro, el infarto tendría que esperar a otro momento porque PRIMERO, si, siempre PRIMERO, están ellos.

Te morís de amor, al recordar también las veces que los pusiste en penitencia, sentaditos a pensar cuando eran chiquitos, explicándoles las cosas que habían hecho mal cuando eran un poquito más grandes, dejándolos sin compu, sin celu o sin salidas dependiendo del caso, las veces que las penitencias te dolieron más a vos que a ellos, pero sabías que no podías aflojar, porque los límites no solo son necesarios, sino que son una de las mayores demostraciones de cariño que los padres pueden darles a sus hijos.

Te das cuenta, que cuando están en tu casa, ésta está llena de bullicio, de cosas regadas por todos lados, de desorden o de orden a medias, pero cuando no están, el silencio parece que se multiplicara por mil, todo ese tiempo que deseabas tener "para vos" a veces parece hasta demasiado y extrañás TODO, inclusive rezongar un poco.

Muchas veces, los hijos no nos entienden, les parecemos pesados, imbancables, rezongones, etc. etc., porque están ahí, en el papel de hijos. Cuántas de nosotras, al empezar a desarrollar el rol de mamá, pensamos (aunque no lo hayamos dicho en voz alta), que razón tenían mis padres!!!

Tal vez un día, a ustedes también les pase y piensen, al final, no era la más mala!

Mientras tanto, quería contarles esto. Ser mamá y no morir en el intento, no es tarea fácil. Mucho menos cuando solo hay una mamá el cien por ciento del tiempo. No es sencillo dar el ejemplo, corregir, tratar de no repetir lo que no nos gusta, no equivocarnos, y en todos y cada uno de estos actos dar y demostrar amor.

Hoy que no están, y aunque sea solo por un rato, las extraño como si hiciera mil años que no las veo.

Hoy soy una agradecida por tenerlas, por ser y haber sido: cocinera, limpiadora, profesora de manualidades, peluquera, consejera, sicóloga, médica, maestra, rescatista y un sin fin de profesiones más que uno no tiene ni la menor idea que lleva adentro, y sin embargo ante la necesidad, las desarrolla sin problemas.

Hoy están más grandes, los límites son otros, pero el amor es el de siempre.

Hoy sé que una de ustedes, no va a leer todo esto y que la otra, con seguridad si, y además le va a hacer "el resumen" de lo que dice a su hermana, y las dos dirán: ay mamáaaaaaa!!!

Hoy estoy segura de que elegí la mejor profesión del mundo: ser su mamá.

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