Un título un poco inusual el de hoy, ya verán más adelante como cierra con lo que quiero escribir.
Ayer, otra amiga, me animaba a seguir escribiendo. Es más, me planteaba la idea de que entre mis amigos, "tiraran" temas sobre los cuales les gustaría leer, o mejor dicho sobre los cuales les gustaría que yo escribiera algo.
Si, lo sé, hay algunas personas que me tienen casi tanta Fe como la que me tengo yo. Es el cariño, que hace que todo se vuelva un poco subjetivo ;) .
Así que en ese plan, ayer me preguntaba si no me animaba a escribir algo acerca del apego, o tal vez, mejor dicho del desapego.
La idea quedó rondando en mi cabeza, como cada vez que se me ocurre algo que puedo llevar a cabo, y que se instala y prende una lucecita, hasta que le doy forma y lo dejo nacer, lo dejo ser.
Horas después leo lo de la campera de jean, famoso artículo que fue a parar al título de este post.
Otra amiga, contaba, que volviendo de viaje, había perdido su campera de jean. Pero no era "cualquier" campear de jean, era "LA" campera de jean. Esa que tiene un valor especial, que es casi parte de su propio físico, la que la acompaña en sus presentaciones, la que seguramente es casi un amuleto, la que, a su propio decir, estaba llena de pelotitas, pero no importaba, porque era "LA" campera de jean.
Al seguir leyendo, veo como dentro de los tantos comentarios, alguien le contesta algo así: quedate tranquila, pensá que tal vez alguien que estaba sintiendo frío la está disfrutando.
Yo, que conozco a mi amiga, que sé del poco valor que le da a las cosas materiales, de la grandeza de espíritu que tiene, que sé que ella da todo lo que puede y un poco más también, sabía que el dolor por la pérdida de su campera, era algo totalmente sentimental, iba mucho más allá de la pérdida del mero artículo de vestir. Yo inmediatamente de leer el comentario al que hago referencia, entendí que esa persona había dado en el blanco y así fue, ella entendió y la vi soltar. Quedó feliz de pensar en esa posibilidad, liberó aquella pérdida.
Este ejemplo de "la campera de jean", me vino como anillo al dedo, espero Ceci, no te enojes :)
Hace algunos años, comencé a practicar el desapego de las cosas materiales, y comencé con la no sencilla tarea de enseñárselo a mis hijas, que en ese momento eran niñas. Cada cierto tiempo, nos dábamos a la tarea de separar, lo que ya no necesitábamos. No era que separábamos lo que no nos servía o lo que estaba viejo, o lo que estaba roto, sino que separábamos lo que no necesitábamos. Ahí, la montaña se volvía muy alta.
Comenzábamos a juntar ropa, juguetes, libros, películas, música, que ya no usábamos; no importaba si eran nuevos, o si los habíamos usado una o dos veces, lo que importaba era entender el concepto de que si había algo que yo no usaba y podía servirle a otro, no había razón alguna para guardarlo como si fuese un trofeo, o guardarlo por la única razón de que era mío, o que me lo había regalado fulano o sultano.
Así comenzamos a aprender y a practicar el desapego material. Costó, era duro regalar cosas que nos habían sido regaladas tal vez por alguien querido que ya no está, o que nos traían tal o cual recuerdo.
Fue bueno entender, que los recuerdos están en nuestro corazón, allí donde viven nuestras vivencias, y que si somos capaces de soltar, no necesitamos de un objeto material que nos haga de ancla a ese recuerdo.
Fue emocionante ver, la primera vez que nos deshicimos de un montón de cosas, las caritas de los niños del lugar donde hicimos la donación. Ver sus ojitos brillar porque habían recibido juguetes "nuevos" (aunque tal vez para nosotros fueran viejos), ropa calentita o fresquita para estar en verano, no se pagaba con el valor material de los mismos, fue bueno sentir que ellos sabían que además de estarle dando las cosas que ya no usábamos, les estábamos dando algo más importante: amor.
El día que comenzamos a practicar el hábito del desapego, comenzamos a tener un corazón un poquito más grande, teníamos menos cosas sí, pero teníamos más espacio para llenarnos más de sentimientos.
Vivimos en una sociedad consumista, no podemos escapar totalmente de eso, a no ser que nos fuéramos a vivir solos en el medio de la nada. Pero podemos elegir, viviendo dentro de esta sociedad, de que manera queremos vivir.
Este mundo, que nos vende el cuento de que para ser felices tenemos que estar cada vez más llenos de cosas materiales, ser cada vez más egoístas, y vivir cada vez más solos, también sigue siendo el mundo donde gente se reúne y pone su tiempo a disposición para ayudar a otros, se enfría en noches de invierno para salir a repartir comida y esperanza a quienes no tienen nada materialmente hablando.
Entender que apegarnos tanto a las cosas como a las personas, lo único que hace es generarnos una falsa idea de seguridad, es entender que si practicamos el desapego, vivimos más livianos.
Sufrimos menos o por lo menos, sufrimos de otra forma, cuando las personas nos dejan, porque sabemos que lo importante, que lo esencial, está en otro lado y permanece, aunque materialmente esas personas ya no están allí.
Entender que desapegarnos nos hace vivir más libres, es una forma de vivir más felices, de cargar menos en nuestras mochilas, de vivir más en paz con nosotros mismos.
Hace algunos años, comencé a entender, que tenía que liberarme. Que de nada servía guardar las entradas a los conciertos de rock a los que asistí desde que era una adolescente, las cartas de amor, aquella primera rosa que alguien me regaló, y tantos artículos más que creía que servían para recordarme (del latín recordis, volver a pasar por el corazón) esos bellos momentos vividos. Hace algunos años, y con dolor, comencé a desprenderme, a dejar ir, a soltar, y los recuerdos están tan intactos dentro mío, como cuando guardaba todo dentro de una cajita...
Ahora me siento más libre, y ojalá mi amiga que perdió su campera de jean, también haya comenzado a dejar ir cosas de su mochila, y se sienta más liviana.
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