Ya les conté en entradas anteriores, que estuve un mes internada.
Lo que no les conté, por lo menos no en detalle, fue el ejército de seres de luz que hizo que mi estadía en el sanatorio fuera tanto más llevadera.
Voy a tomar cuatro ejemplos, uno de cada turno, cada uno de ellos bien diferente, y todos con un factor común: hacernos sentir a quienes estábamos allí pasándola mal, que había otra forma de pasar esos días, que había otra forma de pasar por la enfermedad: haciéndolo con una sonrisa y aceptando en vez de luchar en contra de.
La rubia sonriente.
Creo que su turno comenzaba a las 6 de la mañana, y ni bien llegaba y acomodaba sus cosas, arrancaba con su rotation de pasar habitación por habitación acompañada de su inseparable amigo rodado: el aparato de tomar la presión, que generalmente nunca era el mismo y que casi siempre dejaba de funcionar. Ella ya venía haciendo un poco de ruido desde el pasillo, y no era de "esas" que te prenden las 256423 luces que hay en la habitación y te dejan como si hubieses despertado en el Estadio, sino que prendía algo como para ver y no matarte de un paro cardíaco. Sus palabras siempre eran dulces, siempre sonriendo, siempre agradeciendo que éramos la única habitación que mantenía la ventana un poco abierta para que cambiara el aire, estábamos siempre prontas como buenas girl scout y también le devolvíamos la sonrisa.
Al segundo o tercer día, vio que no había apuro en controlarnos y que si ella no venía a primera hora, nosotras seguíamos durmiendo como angelitos, e hizo lo que estaba a su alcance para que estuviéramos un poquito mejor: cambió el orden y pasó a dejarnos para el final, empezamos a dormir hasta las 8.
Mi amiga de la tarde.
Firme, segura, decidida, pero eso no le impedía ser pura bondad.
Fue la primera que después de un par de días de estadía me bautizó y pasé a ser "la Vivi" para todo el piso. Como si hubiera adivinado que así me llaman todos, que Viviana es un nombre muy largo y muy frío, y que yo soy Vivi siempre, lo instauró y así empezaron a llamarme.
Fue quien siempre estuvo atenta a mis necesidades, de hablar con las Nurse o con los médicos, para sacarme esto o ponerme aquello, yo sabía que si necesitaba algo, luego del mediodía podía hablarlo con ella que como el genio de la lámpara, si podía iba a hacer mis deseos realidad.
Mary.
Mary me pudo desde el día uno. Lamento en el alma no recordar su apellido, porque de haberlo hecho, hubiese tratado de buscarla en las redes para mantener algún contacto. Para ella todas las mujeres de 0 a 105 mil años eran REINAS. Trataba con una dulzura y una naturalidad que dejaba pasmado a más de uno, sobre todo si las REINAS eran muy mayores. Manejaba el humor con acidez, entraba y salía de la habitación haciendo bromas, diciendo chistes, hablando a los gritos, única. Con ella creo que fue con la que me desmoroné más veces, tal vez porque teníamos una forma parecida de bromear, y en el transcurso del tiempo cada una empezó a darse cuenta cuando la otra tenía la sonrisa de payaso pintada a la fuerza. Ella conocía como nadie a sus pacientes, y sabía, aún antes que los médicos, cuando algo no estaba funcionando bien. La vi ponerse pacientes al hombro y hacer y decir cosas que tal vez no le competían, con el único cometido de que SU paciente estuviera bien. El día que me dieron el alta, fue en su turno, y a pesar de que repetía una y otra vez: que suerteeeeeeeeeee que no te voy a ver más!!! ya me tenías tan harta!!! menos mal que me escucharon y te vas!!! ambas nos despedimos con lágrimas en los ojos...
"El" enfermero.
Nos conocimos no en las mejores circunstancias: aquella compañera con Alzheimer que se me tiraba encima de la cama, él era "EL" hombre del turno y por ende el único que tenía fuerza para frenar a aquella mujer.
No sé cual habrá sido mi cara de aquella vez, pero de algo estoy segura: lo impacté. Debe haber sido una mezcla entre por favor ten compasión y ten piedad y terror en su máximo exponente, el trató de calmarme y de convencerme que todo estaría bien: esa noche tuvo que volver a mi habitación tres veces más.
Desde esa noche, cada vez que entraba en plena madrugada, yo abría los ojos lo saludaba y el se sonreía, esa noche nos unió para siempre!
El decía que de algún lado me conocía, yo nunca lo ubiqué.
El fue el mismo, que el día que volví a la una de la mañana después de que me hicieran un estudio, congelada y muerta de hambre, se recorrió todo el sanatorio buscando algo para que yo comiera y volvió con dos trofeos de guerra: una manzana al horno (cosa que no puedo ni ver, pero que comí igual porque él se lo merecía) y un pote de crema de vainilla (cosa que tampoco puedo ni ver, y que le di de comer al water, porque con él ya había cumplido al comerme la manzana).
Todos seres de luz, que hacen su trabajo día a día más por vocación que por ninguna otra razón, y que realmente marcan la diferencia.
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