De mi: tengo 40 años, soy mamá de dos soles que iluminan mi camino, trabajo, tengo una familia que me ha bancado históricamente en todas, en las buenas y en las no tanto, tengo no se si un millón de amigos como Roberto Carlos, pero si muchos, muchos y lo más importante es que a muchos de ellos los conservo desde hace tantísimos años, otros se han ido sumando en el camino de la vida, hago cosas que me gustan, disfruto del sol y de la lluvia, de estar en casa y de irme de viaje, de hacer cosas solo para mí y de hacer cosas con mis hijas, en resumen: soy una persona feliz.
Siempre tuve claro, que las cosas "infelices" le pueden tocar a la puerta a cualquiera de nosotros, si bien no me lo esperaba, sabía que soy un mortal como todos y que nadie está exento de que las cosas sucedan.
No soy una persona hipocondríaca, pero conozco mi cuerpo, se como funciona y cuando algo no está bien y en ese caso consulto inmediatamente al médico. Soy una persona sana en general: como bastante sano, tomo algo de alcohol como casi todo el mundo, no fumo ya hace un par de años, trato de caminar todo lo que puedo, en fin, no soy una joyita pero me cuido.
En diciembre de 2012, sentí que algo estaba "raro" en mi cuerpo: mi menstruación se había desacomodado un poco y tenía un dolorcito a nivel lumbar/renal que me molestaba. Como me conozco y sabía que lo primero no era normal (y no lo iba a dejar por ese comentario casi lapidario que te dice todo el mundo: es la edad) consulté a mi médico.
El también insistió en el comentario lapidario, pero aún así le pedí que me indicara todos los exámenes de rutina cosa de llevarlos al Ginecólogo cuando volviera de su licencia en febrero y así me hice todos y cada uno de los estudios: TODOS dieron perfecto. A los 15 días volví a su consultorio porque el dolorCITO seguía instalado ahí: el diagnóstico: debe ser lumbar, trabajás todo el día sentada, a los 15 días volvía y me decía pasate este gel, hacé un poco más de ejercicio, si al volver de las vacaciones no cedió vemos.
Así pasamos tres meses entre una visita y otra, descartando cosas con exámenes de sangre, de orina, rutinas completas que daban que todo estaba bien. En el medio me fui de vacaciones, hice vida totalmente normal, jugué con mis hijas, me tiré de toboganes de agua, hice kms y kms en auto, viajé a Brasil, playa, paseos, levantarse temprano, acostarse tarde, el dolor me seguía acompañando ahora ya con algún analgésico para que cediera un poco.
Al retorno del viaje, vuelvo a ver a mi médico y le digo que yo no voy a seguir tomando analgésicos, me manda una ecografía para ver si existe un problema en el riñón a pesar de que los otros estudios daban que todo estaba bien. Ahí vemos que mi riñón estaba aumentado de tamaño y me coordina inmediatamente una cita con Uróloga para que siga el tema. Ella me dice que no quiere seguir perdiendo tiempo y que necesita una tomografía para ver las cosas más claramente, logro que me la hagan en cuestión de una semana.
Hasta ahí pensaba que si el problema era el riñón, lo peor que podía pasarme era que me lo tuvieran que sacar y en ese caso aún tenía otro sano, pero la vida tenía otros planes para mí...
En el momento de hacerme la tomografía supe que algo estaba mal, el chico que me la hizo me dijo que viniera a buscar el resultado al día siguiente, que ya había perdido mucho tiempo y que no me iba a hacer esperar más (pero su cara decía todo lo que le faltaba decir con palabras).
Un par de días después, sentada en el consultorio de la Uróloga, al sacar las imágenes del sobre, vi como su expresión cambió y en 10 minutos y de la manera más clara y delicada posible, inclusive haciendo hasta un dibujo para que pudiera entender mejor, me confirmó que no era un tema urológico: había un tumor alrededor del riñón que podía no ser nada o podía ser un LINFOMA.
Cuando nombró la palabra Linfoma, la sangre se me congeló, la garganta se me anudó y a las lágrimas les puse un cartel de prohibido asomarse, ya habría tiempo para eso, ahora había que preguntar bien como seguimos con esto. Andate mañana mismo a ver un Hematólogo, quiero que te vea urgente y comience con los análisis, después volvés a verme.
Como si se hubiese puesto de acuerdo con mi estado de ánimo, fuera de la clínica, diluviaba, los relámpagos cruzaban el cielo, llovía como cuando las gotas caen fuertes, golpean además de mojar, esas gotas que cuando caminaba bajo la lluvia ayudaban a borrar mis lágrimas que brotaban sin parar. Acompañé a mi mamá a la parada de bus, ella salió tranquila: solo te tienen que hacer más exámenes, me dijo, nunca comprendió el alcance de la palabra Linfoma, y de ahí caminé unas cuantas cuadras bajo la lluvia tratando de desahogarme un poco antes de volver al trabajo.
Al volver me esperaban mis "compas" que al verme la cara creo supieron al minuto que algo no andaba bien, hicieron la pregunta esperada: como te fue? y ahí les dije cual podía ser el diagnóstico y me largué a llorar con ese dejarse ir que nos viene cuando nos sentimos acompañados en los peores momentos, sabía que no estaba sola, ellas estaban conmigo. Hasta ese momento, nos habíamos sabido sostener unas a otras desde hacía un par de meses: una de mis compañeras estaba en tratamiento para curarse de cáncer y la extrañábamos con locura, la apoyábamos en todo lo que podíamos y sobre todo éramos tan fuertes como podíamos para darle fuerzas a ella. Ahora les tocaba redoblar esfuerzos y sostenerme a mi también.
Conseguí ver al Hematólogo dos días después, y en esas 48 horas me dediqué a pensar positivamente, tenía claro cual podía ser el peor diagnóstico, pero tambíen cabía aún la posibilidad de que no fuera, así que no me iba a enloquecer antes de tiempo (siempre razonando todo, haciéndolo más práctico, esa es mi forma).
Jueves, mediodía, tomo mi cartera para salir de la oficina: vengo en un rato chiquis!
Entro a la consulta de casi una hora con el Hematólogo: estoy casi convencido de que esto es un Linfoma, de todas formas, necesito hacerte un montón de estudios para estar 100% seguro y dado el tiempo que ya pasó, prefiero internarte y hacerte todo internada: vas a tener cero costo y lo más importante: todos los médicos te van a ver rápido y todo se va a coordinar velozmente, quiero que te quedes internada esta noche. En el tiempo que duró la entrevista, me revisó absolutamente todo el cuerpo, buscando otros tumores y no encontró nada, me habló de biopsias, de ganglios, de estudios... Yo lloré y lloré y lloré, lo agarré de sicólogo, le pedí disculpas por desbordarme de esa manera, el me abrazó, me contuvo, me trató como si fuera su hija, me hizo sentir cuidada y respetada, sobre todo porque en cada cosa que le pregunté (y fueron como mil) me explicó todo con claridad y atención. Ahí llegamos al acuerdo de que me internaría al día siguiente, luego de que hablara con mis hijas y mi familia y los pusiera al tanto de la situación.
La escena se repetía, solo que esta vez había estrellas en vez de lluvia, salí de la clínica, caminé, caminé, caminé, lloré, lloré, lloré y después seguí caminando respirando hondo, exhalando, volviendo a inspirar hondo. Tenía por delante una de las tareas más difíciles de todas: hablar con mis hijas, darles y darme seguirdad, trasmitirles que esto no es algo que se elige, es algo que pasa, y que como en todas las cosas de la vida, tenemos que enfrentar, con la mejor actitud y pensando que todo saldrá bien. Agradecí a Dios, haberlas criado siempre con la verdad, siempre hablando de todos los temas, eso era algo que ahora me iba a ser sumamente útil.
Llegué a casa de mis padres, estaban además de mis hijas, mi hermana y sobrinos esperando saber como me había ido: puse las cartas sobre la mesa, el Doctor super amoroso, vio todos los exámenes, me dijo que el tiene que descartar algunas cosas y para eso necesita hacerme más exámenes, por lo que mañana temprano me tengo que internar, no había terminado de decir eso y llovieron las pregunta: cuantos días???? Mamá vas a volver no???? Que te van a hacer???? Que vamos a hacer nosotras???? Expliqué que no sabía el tiempo, que claro que iba a volver, que me iban a hacer todo lo necesario para saber por qué tenía ese dolor y esos ganglios tumorales a que se debían y que los abuelos iban a cuidar de ellas como lo hacen todos los días, solo que también lo iban a hacer en las noches.
Mi hermana me hizo un guiño cómplice, comprendiendo que esa era la versión infantil de la consulta, no había necesidad de dar más detalles ahí y se dispuso a aprontar las cosas conmigo para llevarme a la internación al día siguiente.
Esa noche fue difícil conciliar el sueño, miraba mi dormitorio, mis cosas y las lágrimas corrían inevitablemente por mi cara, pero estaba haciendo lo único que tenía que hacer, cumplir con lo que pedían los médicos.
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