Se ven muchas cosas cuando uno está internado: la mayoría no son buenas, ni lindas, ni motivadoras, pero por suerte otras sí.
En mis largos días de permanencia en el sanatorio, tuve la fortuna de compartir la habitación con una señora de ochenta y pico de años: una "viejita" adorable, que vista de afuera, está sola en la vida: es viuda, no tuvo hijos, no tiene familiares... Ma que sola, si tiene una AMIGA como Carmen!!!
Carmen también tiene ochenta y pico, es de esas españolas que a pesar de haber venido de España hace dos mil millones de años, conserva el acento como si hubiese desembarcado ayer, ambas entraron juntas a la habitación: la primera en una camilla para ser intervenida de urgencia y la segunda, caminando a su lado dándole ánimo y tratando de tranquilizarla, diciéndole permanentemente que todo va a estar bien con un tono de voz tan dulce que es imposible no enternecerse.
Hace horas que llegaron a la urgencia, lo único que tienen es una a la otra, pero estoy segura de que con eso no les hace falta nada más.
Llegan los camilleros para llevarla al quirófano, se vuelve a escuchar la voz de Carmen: tu ve tranquila, que yo te voy a esperar aca, no importa cuanto demores, cuando vuelvas voy a estar yo aquí esperando, porque vos no estás sola, yo estoy aquí contigo!
Le pregunto a Carmen si son hermanas, vínculo que parecía ser casi obvio, me responde: no, pero enseguida se corrige: si, hermanas de la vida! Somos amigas, vecinas de puerta pegada, hace más de 50 años y ella no tiene en el mundo a nadie más que a mi, así que aquí estaré mientras me necesite.
Carmen está sin comer, está cansada, no conoce el sanatorio, hasta se siente un poco perdida, pero nada de eso impide que esté al pie del cañón esperando el retorno de su amiga con una sonrisa y una palabra de aliento.
Ma que sola, si tiene una AMIGA como Carmen!
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